sábado, 23 de junio de 2012

Un mito de los Catlo’Itq


«Un hombre tenía una hija que poseía un arco y una flecha maravillosos, con los que podía derribar todo lo que quería. Pero era perezosa y siempre estaba durmiendo. Por este motivo su padre se enfadó y le dijo: “No puedes dormir siempre; lo que debes hacer es tomar tu arco y tu flecha y acertar en el ombligo del océano, para que de ese modo obtengamos el fuego”.
El ombligo del océano era un vasto remolino en el que iban a la deriba los bastoncitos que, al friccionarlos entre sí, producían el fuego. En aquellos tiempos los hombres no poseían todavía el fuego. Entonces la muchacha tomó el arco, acertó el ombligo del océano y los arneses para encender el fuego llegaron a la orilla.
El viejo se puso contento. Encendió un gran fuego y, como quería quedárselo para él solo, construyó una casa con una puerta que se abría y cerraba de golpe como una mandíbula que mataba a todos los que intentaban entrar. Pero la gente sabía que él poseía el fuego, y Ciervo decidió robarlo para ellos. Cogió un leño resinoso, lo partió y se colocó los trozos en el cabello. Después unió dos barcas, las cubrió de planchas y se puso a cantar y a bailar sobre ellas, y de esa guisa llegó a la casa del viejo. Cantaba: “¡Oh, voy a robar el fuego!”. La hija del viejo lo oyó cantar y le dijo al padre: “¡Oh, deja entrar en casa al extranjero: canta y baila muy bien!”.
Ciervo atracó y se acercó a la puerta, cantando y bailando, y mientras lo hacía saltó en dirección a la puerta como si quisiese entrar en la casa. La puerta entonces se cerró de golpe pero no lo tocó. Pero en cuanto empezó a abrirse de nuevo, él saltó veloz dentro de la casa, se sentó junto al fuego como si quisiera secarse y siguió cantando. Al mismo tiempo dejó caer la cabeza hacia delante y se recubrió de hollín; al final los trozos que tenía en la cabeza se prendieron con el fuego. Entonces Ciervo saltó fuera, huyó lejos y llevó el fuego a la gente».

De El molino de Hamlet (1969), de Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend, capítulo 23, Gilgameš y Prometeo. La historia es de los Catlo’Itq de la Columbia Británica.

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